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Día a día, confinados y sin recursos

Viernes, 9 julio 2021

“Hace más de dos meses que no podemos ir al templo”, cuenta Ramdas. Ir al templo es la única opción que tiene él y su mujer, Subadramma, para recaudar algunas rupias. Sin embargo, esto se convierte en misión imposible cuando la India lucha por contener la segunda ola.

Hace años, quince o quizás veinte, Ramdas fue una mañana a comprar una garrafa de aceite de queroseno, ya que estaban a punto de quedarse sin luz en la cabaña. Llovía. Llovía mucho. Y resbaló. Subadramma lo relata con la voz rota y no sabe explicar cómo se cayó. Recuerda que pasó tres meses en el hospital, con Ramdas postrado en la cama, de donde no se podía mover. “Los médicos nos dijeron que no podría mantenerse en pie sin ayuda nunca más. Yo no podía dejar de pensar en cómo íbamos a ganarnos la vida”, recuerda. Ella llevaba años sin poder trabajar a causa de un accidente que todavía hoy le provoca dolores muy fuertes en la espalda y las rodillas. Pedir limosna era su única alternativa.

Un día cualquiera del mes de marzo del 2021, como cada mañana, el matrimonio emprendió su camino hacia el templo. “Cuando nos vieron nuestros vecinos salieron corriendo de sus casas y nos dijeron que no fuéramos”, explica Subadramma. Hacía pocos días que los medios de comunicación habían alertado de un nuevo aumento significativo de casos de covid-19. Ramda confiesa que él quería seguir yendo al templo porque allí, además de conseguir unas pocas rupias, los devotos les ofrecían idlys, plátanos y algo de ropa para su familia. Si dejaban de ir, dependerían exclusivamente del jornal de su hija mayor de dieciséis años, que trabaja cuatro días a la semana fabricando ladrillos. Pero al mismo tiempo, temía por su salud. “Decidimos quedarnos en casa y, aunque el dinero que gana mi hija no es suficiente, por lo menos podemos sobrevivir”, confiesa Ramdas. 

El matrimonio agradece a los dioses que este año no se haya declarado un confinamiento total. Necesitan que su hija pueda seguir trabajando y no quieren volver a vivir la incertidumbre del año pasado. “No podíamos salir de casa, no podíamos ir al templo, ni mi hija podía ir a trabajar”, explica Subadramma con lágrimas en los ojos. Cuando la noche del 24 de marzo de 2020, el Primer Ministro indio Narendra Modi declaró un confinamiento total, se quedaron de repente sin opciones. No sabían si al día siguiente podrían comer o no. Y como ellos, 195 millones de personas dependen de ingresos diarios en la India. Si no salen a trabajar hoy, no hay comida para mañana, no hay nada.

Gracias a los alimentos que nos dio la Fundación estamos vivos”, relata con voz suave Ramdas, poniendo el acento en la cantidad de comida que recibían. “Nos daban comida tres veces al día, tres. Desayuno, almuerzo y cena, una ración para cada uno de nosotros”, repite con un entusiasmo furtivo que asoma bajo su calma. Frente a una de las peores consecuencias de la pandemia: el hambre, la Fundación cocinó y distribuyó 10.000 raciones de comidas diarias durante tres meses. 

Este año, ante una segunda ola devastadora, el estado de Andhra Pradesh declaró el 5 de mayo un toque de queda, desde las 12 del mediodía hasta las 6 de la mañana siguiente. Esto ha permitido a la hija de Ramdas y Subadramma poder seguir trabajando durante unas horas por la mañana para mantener parte de sus ingresos, a la vez que ha reducido de forma drástica el movimiento en las ciudades y las grandes aglomeraciones. Esta alternativa ha permitido que miles de familias puedan seguir adelante sin miedo a irse a dormir con el estómago vacío, a la vez que la India se ha convertido en el epicentro de una emergencia. ¿Medidas más estrictas hubieran evitado este aterrador tsunami de casos de covid-19? O, ¿hubieran dejado sin recursos y sin futuro a cerca del 80% de la población activa que trabaja en la economía informal?