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Combatir la covid al ritmo de tambores
Viernes, 9 julio 2021

Sreeramulu no dudó ni un segundo de su rol en la pandemia: disfrazarse de coronavirus y recorrer la India rural. Tras años de experiencia llevando a cabo campañas de sensibilización, esta es la primera vez que el organizador cultural de la Fundación Vicente Ferrer utiliza el teatro para hacer frente a una emergencia.
“Nunca me podría haber imaginado llegar hasta donde estoy ahora. Mis padres siempre han sido agricultores y la vida de su único hijo, la mía, estaba destinada a ser la misma. Una vida destinada al campo, como jornalero o encima de un tractor.
Antes de cumplir los cinco años, cada tarde cogía el tambor que me había construido mi padre y jugaba a componer ritmos. Un día, Susi Raj, el organizador cultural de mi pueblo, me escuchó y se acercó a mí mientras sacaba dos caramelos del bolsillo izquierdo de su camisa. Yo, al verlo, corrí a esconderme dentro de casa; tenía miedo. Me siguió y llamó a la puerta para hablar con mi madre. Susi Raj quería que participara en uno de sus programas culturales y darme una buena formación para que aprendiera a tocar el tambor. Mi madre aceptó y a mí me pareció un buen trato porque me habían prometido un tambor nuevo y más caramelos.
No solo me formé en música, también en danza y teatro. Aprendí muchísimo, pero sobre todo disfruté. Mi madre me veía feliz y me decía, día sí día también, que su sueño era verme trabajar en los pueblos para compartir con otros niños los pasos, los ritmos y las técnicas que me hacían sonreír. Estuve participando en los programas culturales durante años, hasta que llego ese día tan esperado, uno de los más felices. Quería celebrarlo, pero sobre todo compartirlo con mi madre. Así que lo primero que hice fue sentarme delante de una antigua foto y explicarle que, aunque ya no estuviera conmigo, había logrado lo que ella más deseaba. Le prometí que seguiría trabajando duro para abrir nuevos caminos a los jóvenes de nuestra región. Ya podía decir en voz alta y con mucho orgullo: soy organizador cultural.

Después de preparar coreografías, componer canciones y dirigir obras de teatro durante más de once años en las escuelas, en marzo de 2020, de repente todos los centros educativos cerraron y se declaró un confinamiento total en el país. Todo era desconcierto y desconocimiento.
Cada día, las noticias informaban de la necesidad de seguir las medidas de seguridad para poder combatir el virus, pero gran parte de la población no hacía caso a las recomendaciones. Así, frente a una situación sanitaria tan delicada y compleja, pensé que la cultura, una vez más, podía ser nuestra mejor aliada.
Decidí transformarme en «Coronademon», un coronavirus disfrazado de demonio, y organizar actuaciones teatrales para sensibilizar sobre los peligros y riesgos de contagio. Un virus que es capaz de infectar a personas de cualquier edad, de los más pequeños a los más mayores; un virus que no distingue entre ricos y pobres; un virus que si te contagia te puede matar; un virus que es más malo que el demonio. Con este personaje podríamos ilustrar lo terrible que es este virus y lo importante que es seguir las medidas de prevención.

Explicar a los jóvenes que hay diferentes caminos a recorrer es parte de mi trabajo, pero concienciar y garantizar la salud de toda la comunidad lo es todavía más.
Cada día, a las 6 de la mañana, empezaba a prepararme. Primero, el vestido: una tela negra con el símbolo de una calavera blanca en el centro. Después, la peluca negra con cuernos y la pintura en la cara. Las cejas bien gruesas y negras; rayas verdes, amarillas y azules en las mejillas y la nariz, y un bindi rojo en la frente. Y con el símbolo del coronavirus atado en la cabeza, un micrófono en mano y el ritmo de tambores, me paseaba por las carreteras de los pueblos para que los vecinos no salieran de casa.
Si con cada actuación podíamos concienciar a una persona, ya lo consideraba una victoria. Esa persona hablaría con otras y esas seguirían compartiendo el mensaje. En una pandemia mundial, la cultura salva vidas. Y nosotros lo hacemos al ritmo de tambores, que es como mejor lo sabemos hacer”.